Se acaba de anunciar un nuevo aumento del 20% en el salario mínimo del sector privado no sectorizado en la República Dominicana. A primera vista, este incremento parecería un avance significativo para los trabajadores, promoviendo mejores ingresos y mayor poder adquisitivo. Sin embargo, cuando analizamos las implicaciones para las MIPYMES, surge una preocupación legítima: ¿Cómo impactará esto en su competitividad y sostenibilidad?
Tomemos como referencia una pequeña empresa, cuyo salario mínimo actual es de RD$15,351. Con el aumento del 20%, este salario pasaría a RD$18,421.20. A simple vista, la diferencia no parece dramática, pero cuando sumamos las cargas sociales que los empleadores tienen que asumir (seguridad social, seguro de riesgos laborales, cesantía y otras obligaciones), el impacto es mucho mayor. Al final, el costo real por empleado para una MIPYME se eleva considerablemente, poniendo a estas empresas en una fuerte desventaja frente a las grandes corporaciones que tienen mayor capacidad para absorber estos costos sin comprometer su rentabilidad.
No se trata de estar en contra del trabajador ni de su derecho a un salario digno, sino de analizar cómo las MIPYMES—que representan el 98% del tejido empresarial y generan más del 50% de los empleos en el país— se ven afectadas por este tipo de medidas. A medida que el salario mínimo aumenta, también lo hacen los demás niveles salariales dentro de la empresa, ya que las diferencias entre puestos comienzan a reducirse. Esto genera presión para ajustar toda la escala salarial, incrementando aún más los costos laborales.
Ante este panorama, las MIPYMES tienen pocas opciones, las cuales, sin ser limitativas, se resumen a las siguientes: 1. Subir los precios de sus productos y servicios, lo que reduce su competitividad en el mercado. 2. 3. Reducir su plantilla laboral, afectando directamente la generación de empleo. Trabajar con menos recursos y más carga fiscal, lo que frena su crecimiento y capacidad de inversión.
Además, debemos considerar otros factores que agravan esta situación: la falta de personal capacitado, la competencia desleal con la informalidad, los altos impuestos (como los anticipos sobre ingresos no percibidos), y la dificultad de acceso a financiamiento. Todo esto crea un efecto dominó que encarece la vida en general. Aunque el trabajador gane más, el costo de la canasta básica, los servicios y otros bienes también subirán, generando una espiral inflacionaria difícil de controlar.
La pregunta que debemos plantearnos es: ¿Cómo garantizar salarios justos sin asfixiar a las MIPYMES? Es momento de reflexionar sobre políticas que promuevan el crecimiento empresarial en lugar de poner más trabas. Necesitamos incentivos reales, reducción de cargas fiscales y estrategias que fomenten la formalización sin castigar a quienes ya están cumpliendo con la ley.