La reforma al Código de Trabajo es mucho más que una simple discusión técnica, es el parteaguas que definirá si República Dominicana avanzará hacia una economía formal, productiva y moderna, o continuará arrastrando un modelo que castiga al que cumple y premia al que evade.
Hablar de crecimiento y de competitividad mientras la mayoría de nuestras micro, pequeñas y medianas empresas siguen operando en la informalidad resulta imposible. No por falta de voluntad, sino por un marco laboral que asfixia con rigidez, costos ocultos y procesos interminables.
El país necesita una reforma laboral seria, integral y audaz. No basta con parches. Esta reforma debe ser el resultado de un diálogo tripartito real, no simbólico, donde empleadores, trabajadores y el Estado se sienten con disposición de ceder, construir y priorizar el futuro del país por encima de intereses sectoriales.
Hay que decirlo claro: ningún empresario responsable teme pagar lo justo ni respetar derechos. Lo que el empresariado formal sí teme —y con razón— es seguir compitiendo en desventaja frente a un universo de empresas informales que no asumen ningún deber, ni fiscal ni laboral.
La cesantía es un tema, pero no es el único. También lo es la falta de un filtro real para la admisión de demandas laborales, que hoy permite que cualquier alegato —por infundado que sea— ponga en juego el patrimonio de una empresa y se convierta en un instrumento de presión más que de justicia. La ausencia de una conciliación previa obligatoria, la falta de procesos digitalizados, y las trabas burocráticas para contratar de forma legal, hacen que formalizarse sea cada vez más riesgoso y menos atractivo. Cada uno de estos puntos puede convertirse en una palanca de desarrollo… O en una trampa legal, si se legisla sin sensatez y sin escuchar la realidad de quienes generan empleo.
Hablar de formalización en el marco de una reforma laboral exige más que buenas intenciones. Hoy por hoy, el sistema laboral dominicano opera sobre estructuras que desincentivan formalizarse: trámites engorrosos, cargas legales desproporcionadas y la ausencia de mecanismos que protejan al empleador responsable. Muchas mipymes quieren cumplir, pero se encuentran solas, sin herramientas ni soporte institucional que les simplifique el camino. Una reforma verdaderamente transformadora no puede limitarse a crear nuevas obligaciones; debe ir acompañada de plataformas funcionales, reglas claras, procesos digitales y asistencia técnica real. La formalidad no se impone desde el Congreso: se construye eliminando los obstáculos que hoy hacen más fácil evadir que cumplir.
Esta es una oportunidad para cambiar el rumbo. Para dejar atrás el miedo a modernizar y asumir la realidad del trabajo en el siglo XXI. Para que las mipymes no vean en la formalidad una amenaza, sino una vía de crecimiento. Para que los trabajadores no tengan que elegir entre derechos y empleo. Y para que el Estado deje de sancionar con burocracia a quienes intentan hacer las cosas bien.
Legislar con visión no es ceder: es construir.
Y construir una mejor República Dominicana requiere coraje, claridad y compromiso de todos.