“En este país no hay oportunidades”, “nadie quiere dar chance”, “el gobierno debería hacer más”. Frases como esas se repiten a diario. Pero quienes estamos del otro lado —los que contratamos, sostenemos nómina y apostamos por crecer— sabemos que la historia es otra.
Se ha instalado una mentalidad peligrosa: si me dan un bono mensual, ¿para qué madrugar? Lo que comenzó como una ayuda social en momentos críticos, en muchos casos se ha vuelto un modo de vida. Jóvenes en plena edad productiva rechazan empleos formales porque no quieren horarios, estructura o rutina. Prefieren esperar “algo más fácil” o seguir resolviendo desde la informalidad.
Muchas MIPYMES —que representan más del 95 % del tejido empresarial— tienen plazas disponibles que no logran cubrir. No se trata de falta de personas, sino de falta de compromiso. Solo en el primer trimestre de 2025, según el Banco Central, se crearon más de 176 mil nuevos empleos y la tasa de ocupación alcanzó niveles récord. Aun así, más del 40 % de los empleadores afirman que no encuentran personal dispuesto a asumir una rutina de trabajo estable. Como resultado, muchas empresas operan con equipos incompletos, alta rotación y una sensación creciente de que se exige más a quien da el empleo que a quien lo solicita.
Esta desconexión no solo frena la productividad. También alimenta la informalidad, prolonga la dependencia y erosiona la cultura del esfuerzo. No se trata solo de abrir plazas, sino de recuperar el valor del trabajo como vía de desarrollo personal y colectivo. Las empresas no están buscando talentos perfectos. Están buscando gente dispuesta a dar el paso.
Desde los espacios de liderazgo que ocupamos, nos toca seguir apostando con firmeza por transformar la cultura del subsidio en una cultura de oportunidades.