Quien conoce de cerca a las MIPYMES sabe que no se ahogan por falta de talento o esfuerzo, sino por un sistema que les exige como a gigantes y les devuelve como a invisibles. Casi nueve de cada diez empresas en el país cargan con un peso tributario que no se ajusta a su realidad, y esa rigidez nos está costando crecimiento, empleo y formalización.
Según datos oficiales, las MIPYMES generan más del 50 % del empleo formal y aportan alrededor del 38% del PIB, pero más del 60% opera en la informalidad para sobrevivir. Cada punto porcentual que lográramos formalizar, equivaldría a miles de nuevos empleos y a un aumento sostenible en la recaudación, sin subir un solo impuesto.
No hablo de regalar exenciones eternas, sino de aplicar inteligencia fiscal: anticipos basados en ingresos reales, facilidades para quien inicia, regímenes simples y ágiles que dejen de gastar más en trámites que en producir.
Flexibilizar no es perder recaudación, es ganarla a futuro. Es pasar de ver a las MIPYMES como contribuyentes cautivos a reconocerlas como el socio estratégico que puede impulsar la economía que todos decimos querer. La pregunta es si vamos a seguir asfixiando al motor o vamos a darle el aire para que arranque.