Cuando la justicia se vuelve un lujo

Diseño sin título (6)

¿Sabías que en República Dominicana las empresas gastan millones cada año enfrentando demandas laborales que, en muchos casos, no responden a reclamos justos ni legítimos?

Esta realidad afecta tanto a grandes corporaciones como a micro y pequeñas empresas, y se ha convertido en un obstáculo silencioso para el crecimiento y la competitividad del país.

Lo que en teoría debería ser un mecanismo de equilibrio y justicia, que garantice relaciones laborales transparentes y seguras para ambas partes, en la práctica se ha transformado en un riesgo permanente para los empleadores. En lugar de ser un espacio de protección mutua, el sistema actual ha distorsionado su esencia, generando incertidumbre y vulnerabilidad para quienes deciden operar dentro de la formalidad. Empresarios y emprendedores que cumplen con las leyes, que pagan impuestos y generan empleos, terminan expuestos a un escenario donde cualquier demanda, por más infundada que sea, puede poner en juego su estabilidad financiera, su reputación e incluso la continuidad de sus operaciones.

El gran problema radica en la falta de filtros procesales: hoy en día, cualquier demanda puede interponerse sin costo ni consecuencia para el trabajador, aun cuando sea temeraria. Para el empleador, sin embargo, cada caso implica un alto consumo de tiempo, dinero y recursos, además de un desgaste emocional y reputacional, incluso si al final logra demostrar su inocencia. Este desequilibrio no solo erosiona la confianza en el sistema, sino que desincentiva la creación de empleos formales y limita las oportunidades de desarrollo.

Este escenario ha fomentado una cultura de evasión, donde muchas empresas, especialmente las micro y pequeñas, optan por permanecer en la informalidad como mecanismo de defensa. Así, en lugar de incentivar el cumplimiento y premiar la responsabilidad empresarial, el sistema actual termina castigando a quienes deciden hacer las cosas bien y premiando la evasión como vía de supervivencia.

La formalidad no puede seguir viéndose como un peligro, sino como un camino de crecimiento y sostenibilidad. Para lograrlo, necesitamos un sistema laboral justo, moderno y equilibrado, que reconozca la importancia del trabajador y también del empleador, y que garantice reglas claras, filtros adecuados y consecuencias reales para las demandas temerarias. Solo de esa forma podremos construir un mercado competitivo, una economía sólida y un entorno de confianza para la inversión

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