Los hechos de violencia que han estremecido recientemente a la República Dominicana no ocurrieron dentro de una empresa, pero su eco retumba en cada oficina, taller y negocio. La salud mental no entiende de muros: lo que pasa en la sociedad entra de lleno al espacio laboral.
Cada vez que un empleado llega con miedo, con ansiedad o con la angustia de criar hijos en un entorno inseguro, esa carga invisible se traduce en ausencias, en conflictos internos, en desmotivación. Y si hablamos de MIPYMES, donde la cercanía y la vulnerabilidad son mayores, el impacto es todavía más profundo.
Creemos que la productividad depende solo de la buena gestión financiera o de las estrategias de mercado, pero ignoramos que el verdadero motor de una empresa es la estabilidad emocional de su gente. Ningún negocio puede prosperar con trabajadores exhaustos emocionalmente, ni con líderes que cargan silenciosamente la presión de sobrevivir en medio de una sociedad herida.
La violencia social es un recordatorio brutal: no podemos hablar de desarrollo empresarial sin hablar de salud mental. Y no podemos hablar de salud mental sin hablar de la forma en que nos tratamos unos a otros, dentro y fuera de la oficina.
El reto de las MIPYMES no es únicamente formalizarse o crecer, es aprender que el bienestar emocional no es accesorio, es un activo estratégico. Un equipo sano no solo produce más: crea comunidad, genera confianza y se convierte en un muro de contención frente a la violencia que amenaza afuera.
Quizás no podamos evitar todos los hechos atroces que suceden en el país, pero sí podemos decidir qué tipo de cultura construiremos dentro de nuestras empresas. “Lo que no cuidemos dentro, tarde o temprano nos lo cobrará la realidad de afuera.”