En muchos hogares todo parece estar en orden: la comida está lista, la ropa limpia, las citas agendadas, las fechas recordadas. Pero nada de eso ocurre por arte de magia. Siempre hay alguien sosteniendo en silencio el equilibrio de lo cotidiano, incluso cuando ya no puede más.
Detrás de ese “todo bajo control” suele estar una mujer cargando con lo invisible: la planificación, la anticipación, la coordinación constante. Esa carga mental que no se ve, pero pesa. Es pensar en la cena mientras se responde un correo. Sonreír mientras se calcula si alcanzan el tiempo, la energía o el dinero. No solo se hace: se piensa en todo lo que hay que hacer. Y eso agota.
Aunque muchas mujeres ya no están “en casa”, la casa sigue dependiendo de ellas. La equidad laboral ha avanzado, pero la corresponsabilidad en el hogar no ha seguido el mismo ritmo. Y no se trata de pedir ayuda ni de delegar tareas como si fueran favores. Se trata de comprender que vivir en pareja o en familia es un proyecto compartido, donde todos tienen un rol que asumir.
Cuando todo recae sobre una sola persona, el desgaste es profundo y el silencio aún más. Afecta la salud mental, la autoestima, la vida en pareja y hasta el desarrollo personal. La ansiedad, el cansancio crónico y la culpa son señales de una mujer que lo hace todo… y aún siente que no es suficiente. Y cuando ella se detiene, muchas veces todo se detiene. Porque su trabajo era invisible, pero esencial.
Hablar de esto no debe generar conflicto, sino conciencia. Es hora de enseñar que mamá no tiene superpoderes, y que todos deben participar. Reconocer que su tiempo y bienestar valen tanto como los de los demás es un acto de justicia.
Ahí también entra el valor de las nuevas masculinidades. Aquellas que no temen cuidar, que se involucran activamente en el hogar y que comprenden que la ternura, la empatía y la responsabilidad compartida no restan fuerza, sino que la redefinen. Necesitamos más hombres que críen desde la presencia, que habiten la casa con los ojos abiertos y el corazón disponible. Nuevas formas de ser hombres que liberen a las mujeres de la carga, pero también los liberen a ellos del peso de la indiferencia.
Necesitamos familias que no repitan patrones, sino que los transformen. Empresas y políticas públicas que no ignoren lo que pasa puertas adentro, y que impulsen un equilibrio real.
Nada se sostiene solo. Y si todo marcha bien, que no se nos olvide: siempre hay alguien detrás sosteniéndolo. Agradezcamos, redistribuyamos y construyamos hogares donde el equilibrio no recaiga en una sola persona, sino que se construya con respeto, conciencia, corresponsabilidad y una mirada renovada sobre el liderazgo y las nuevas masculinidades.